Translate

miércoles, 17 de abril de 2013

El PSOE a la sombra de la radicalidad.



Hay hábitos políticos, determinados tics que se mantienen invariables en el tiempo entre los dirigentes socialistas aunque cambien las caras. Ya se trate del Sr. Blanco en su época de Zapatero o ahora de la Señora Valenciano los mensajes políticos socialistas guardan siempre el mismo formato: acomodar la realidad a su conveniencia, inventándosela si es preciso, atribuir a su adversario intenciones ocultas y, por supuesto, restar legitimidad a cualquier decisión que tome por mucho que cuente con un amplio respaldo electoral.

Los socialistas españoles nunca han digerido con elegancia perder el poder y en esta última ocasión no ha sido una excepción. A pesar de haber recibido los peores resultados electorales en los últimos 30 años, los socialistas, en lugar de iniciar un proceso de reflexión y de renovación como sería de esperar de un partido auténticamente responsable, decidieron emprender su tarea opositora al nuevo gobierno con todas y cada una de las cargas electorales que les habían conducido al estrepitoso fracaso del 20 de noviembre de 2011. Ni siquiera han sabido guardar las apariencias como hizo, por ejemplo, Felipe González tras los resultados electorales del año 2003 cuando, conocidos los mismos, se apresuró a declarar que “había entendido el mensaje del electorado”. Y eso que, a pesar de todo, había ganado. Lamentablemente, la actual dirección socialista parece no haber entendido mensaje alguno. Ni ha hecho autocrítica, ni se ha disculpado con los ciudadanos por haber dejado el país hecho unos zorros, ni ha abandonado las políticas cuyas consecuencias padecemos en todos los ámbitos.

Cuando alcanzan el poder se apresuran a deshacer lo que el gobierno anterior haya emprendido, sea lo que sea. Como elefante en cacharrería se apresuran a remover de arriba abajo cualquier puesto de responsabilidad en las administraciones “colocando” a los suyos y a derogar cualquier Ley en vigor que no sea de su agrado. Se sienten absolutamente legitimados para hacerlo. Sin embargo, cuando son relevados al frente del Gobierno, sus sucesores deben andarse con toda clase de miramientos. La nueva oposición, la socialista, enseguida pone el grito en el cielo y se rasga las vestiduras ante cualquier iniciativa que suponga una rectificación de la herencia recibida. Los socialistas aplican la Ley del embudo con rigor: ellos sí pueden derogar leyes cuando alcanzan el poder, los demás no. Al Partido Popular, si intenta hacerlo, se le suele acusar de casi todo y se le exige consenso y diálogo con la oposición para cualquier reforma. El mismo consenso y diálogo que antes nunca se ofertó. Lo vemos cuando se trata de impulsar reformas en la legislación educativa, en la laboral, en el régimen de pensiones o en cualquier otro asunto.

Especialmente significativa viene siendo la actitud del PSOE ante el anuncio del Ministro Gallardón de cumplir con uno de los compromisos electorales del Partido Popular: la reforma de la legislación sobre el aborto. El PSOE con la ayuda de sus aliados parlamentarios aprobó una reforma hoy vigente y lo hizo sin diálogo ni consenso con el partido mayoritario de la oposición. Y ahora resulta que parece una aberración que el Partido Popular pueda sacar adelante una nueva regulación. Entre los exabruptos socialistas destaca especialmente el de la vicesecretaria general del PSOE, Elena Valenciano, quien ha llegado a anunciar que los socialistas pedirán romper los acuerdos con la Santa Sede si Mariano Rajoy accede a las demandas del cardenal Rouco Varela. "Si el PP, como dijo Gallardón, va a ir de la mano de los obispos para cambiar Ley del aborto, el PSOE exigirá que se denuncien los acuerdos con la Santa Sede", ha asegurado Valenciano. "El PSOE no consentirá que, a estas alturas, los obispos sigan imponiendo su moral y mucho menos que limiten de nuevo libertad de las mujeres", ha añadido. ¡Cuanta mentira y cuanta sandez en tan pocas palabras! No, Sra. Valenciano, el PP no va a ir de la mano de ningún Obispo para reformar la Ley del aborto, sino de la mano de más de 10 millones de españoles que con su voto respaldaron expresamente esta propuesta. ¿O es que, a sensu contrario, se podría afirmar que el PSOE fue de la mano de los dueños de las lucrativas clínicas abortistas para legislar como lo hizo?

Si el PSOE quiere que se rompan los acuerdos con la Santa Sede, algo que no hizo cuando gobernaba, no hace falta buscar falsas excusas. Esta pretensión, perfectamente legítima, encajaría perfectamente, además, en el contexto de deriva radical del PSOE que cada día le aleja un poco más del centro sociológico y, por descontado, de mejorar sus expectativas electorales. Una deriva que se plasma de forma precisa en su apoyo y simpatía a los acosos a los parlamentarios, en sus alientos republicanos, en su comprensión y debilidad ante los separatismos, en sus propuestas fiscales seudo expropiatorias o en sus programas económicos estatalistas.

Sin una profunda renovación ideológica y sin un sólido liderazgo es muy probable que el PSOE deje de ser una alternativa real de gobierno. Se están quedando con todas las papeletas para ello.

Santiago de Munck Loyola