No sé si Esperanza
Aguirre está impulsando o no “una corriente de opinión” que algunos, sobre todo
en la Comunidad Valenciana y en especial en Alicante, podrían considerar
“contraria a los intereses del Partido”, pero lo cierto es que no somos pocos
los militantes del Partido Popular los que nos sumamos a muchas de sus
propuestas que, sin duda, podrían contribuir, de llevarse a cabo, a regenerar
al Partido Popular y a combatir eso que algunos llaman la desafección de los
ciudadanos hacia los partidos y la clase política y otros llamamos simplemente
hartazgo. Hoy, sin ir más lejos, Esperanza Aguirre ha manifestado que "con elecciones internas para encontrar
a los dirigentes, los militantes de base se sentirían mucho más involucrados en
la vida del partido". Nada más sensato ni más lleno de sentido común
que esa reflexión. Algunos lo han interpretado como una reivindicación de las
primarias para el Partido Popular. Pero, primarias o no, unas elecciones
internas libres, democráticas, sin tutelas ni fiscalizaciones superiores son un
requisito esencial para que los militantes se involucren más a fondo con su
partido.
Esta reflexión ha
obtenido la respuesta inmediata de la Secretaria General: "En los congreso del PP hay libertad para presentarse”. Y no,
no es así y lo debería saber. En los Congresos del PP, locales, provinciales,
regionales o nacionales, junto a la “libertad y democracia interna teóricas”
hay filtros y prácticas que limitan enormemente esa supuesta libertad. Muchas
veces da la impresión que cuanto más alto se sube en las estructuras del
Partido Popular más se desconoce lo que constituye la práctica y las costumbre
de los aparatos del mismo. Los altos cargos, rodeados de aduladores y pelotas,
terminan como el Rey de la leyenda, paseándose desnudos y sin reconocerlo, no
sea que alguien les llame tontos.
La democracia interna
y la participación de los militantes es mínima en el Partido Popular y eso lo
sabe cualquiera, especialmente en la Provincia de Alicante como le debería
constar a la Secretaria General aunque no tenga tiempo para contestar a los
escritos de los militantes de la Provincia. Una cosa son los Estatutos,
democráticos pero manifiestamente mejorables, y otra las prácticas que unos y
otros se gastan. Y uno no habla de oídas, sino que lo ha vivido personalmente.
Un servidor conoció de primera mano en 2008 el uso de algunos métodos
repudiables para la obtención de avales para Rajoy por parte del Secretario
General, Ricardo Costa, quien no tuvo inconveniente alguno en citar en Valencia
a Alcaldes y Concejales para que firmaran ya los avales para el candidato, en
una infantil y estúpida carrera a ver quién presentaba más avales, con la
velada amenaza de que de no hacerlo podrían peligrar inversiones de la
Generalitat o determinados trámites para sus respectivos municipios. Y hasta
tal punto llegaron las cosas que muchos de los afectados se reunieron en la
sede provincial con el entonces Presidente provincial para hacerle saber las
presiones a las que estaban siendo sometidos. ¿Democracia interna?
Un servidor al igual
que otros, cuando quiso ejercer su derecho y asistir como compromisario a un
Congreso del PP, recibió la llamada del hoy Secretario General provincial, José
Juan Zaplana, quien le comunicó que no podía presentarse para ir al congreso
porque los puestos de la ciudad de Alicante ya estaban repartidos entre “las
familias y sensibilidades” del partido en la ciudad y que, por tanto, su
candidatura sobraba. ¿Libertad interna?
Y si hablamos de los
congresos locales de la Provincia de Alicante podemos hacer un relato muy
extenso de las “intervenciones” de la Dirección Provincial en los procesos
electorales para influir de forma decisiva en la elección de Presidente locales
afines, rompiendo la debida imparcialidad en toda elección democrática de los
órganos superiores, como en el caso de Torrevieja donde se produjeron
actuaciones poco ejemplares desde una perspectiva democrática. Y qué decir de
Benidorm o de Elche.
El resultado de las
intervenciones a favor de unos u otros candidatos en los procesos electorales
internos por parte de los órganos superiores termina traduciéndose en rupturas
del partido y en el establecimiento de liderazgos débiles y mediocres, aunque
muy sumisos con la superioridad que parece ser lo único importante para
algunos, haciendo con ello bueno aquello de que en el reino de los ciegos el
tuerto es el rey. Y pare qué hablar de la designación de los componentes de las
lista electorales a las instituciones públicas donde, por Estatutos, los
militantes no tienen nada que decir ni proponer.
Para todo aquel que
conozca mínimamente el funcionamiento de los partidos y el desorbitado poder de
sus estructuras burocráticas resulta indudable que es preciso mejorar los
niveles de democracia interna, de participación de la militancia y de apertura
al cuerpo electoral. El problema estriba en que es algo tan asumido que el
actual sistema interno es democráticamente aceptable que, incluso, los medios
de comunicación a penas lo cuestionan. Hace tan sólo un par de días, un
comentarista político en una emisora de radio comentaba sobre los posibles
sucesores de un determinado presidente autonómico del Partido Popular. No se le
pasó por la cabeza mencionar cual de los dos aspirantes podía contar con más
apoyo entre los militantes del Partido Popular, sino que centró sus
posibilidades sobre el apoyo que uno y otro recibían respectivamente de Mª
Dolores de Cospedal y de Soraya Sáenz de Santamaría. Para el comentarista lo
decisivo no era el respaldo de la militancia, sino el de los de arriba. La
militancia, un cero a la izquierda.
Pues a esa reacción es
a la que no nos queremos resignar quienes creemos en la democracia, en el
incalculable valor de la militancia política. Los populares tenemos el sistema
estatutario que tenemos, pero unos estatutos no son ni la Biblia ni las Leyes
Fundamentales del Movimiento. Son mejorables y constituye una obligación moral
y política trabajar por que así se haga. Más democracia interna, más
participación y más libertad. Si esa es la “corriente de opinión” que impulsa
Esperanza Aguirre, yo me sumo.
Santiago de Munck
Loyola