Translate

viernes, 29 de julio de 2016

Tiempos de miserables.




Llueve políticamente y mucho, aunque algunos parece que no les importa. Tres gigantescas tormentas descargan con fuerza agua empapándolo todo. Pero ellos a lo suyo, a los vetos, las líneas rojas, las simplezas, las mezquindades, los intereses personales, pero no ven ni van más allá de sus narices.

Llueve y mucho, hasta el punto de que esto puede terminar en una riada, en una tremenda inundación sin que nadie haga nada, sin que nadie se gane el sueldo, sin que nadie ponga los medios para evitar la catástrofe. A la inmunidad parlamentaria han añadido la impunidad política.

La unidad de España está más en riesgo de desaparecer que nunca. Los independentistas siguen, paso a paso, la ruta que ellos llaman de desconexión. Desprecian la soberanía del pueblo español, ignoran las resoluciones de los tribunales incluidas las del Tribunal Constitucional, malgastan el dinero de todos y encima populares y socialistas se están pensando si retuercen el Reglamento del Congreso para que estos tipejos puedan tener grupo parlamentario propio desde el que poder seguir atacando a España y, por tanto, puedan recibir unos cuantos millones de euros a cuenta de nuestros impuestos para emplearlos en su único objetivo: romper España. No sé lo que pensarán otros, pero me da que estos independentistas son cuasidelincuentes y quienes les ayuden o faciliten medios públicos para que puedan seguir atacando a nuestra Constitución serán, sin duda, sus cómplices. A los golpistas ni agua.

Por si fuera poco, además de la amenaza interior a la unidad de España y a la convivencia pacífica, crece la amenaza del terrorismo islamista. Esa gente lleva años realizando matanzas en nombre del Islam, secuestrando, torturando o asesinando de forma despiadada a hombres, mujeres o niños por ser cristianos, musulmanes, homosexuales o laicistas en países asiáticos o africanos y ahora han llegado a Europa. Actúan de momento en casa de nuestros vecinos pero ya están entre nosotros. Se saben que nos van a atacar y puede ser en cualquier momento. Hoy, mañana, dentro de un mes y lo harán en cualquier sitio. Pero no pasa nada. Nuestra clase política sigue bajo su paraguas a sus cosas, instalada en lo políticamente correcto y, salvo excepciones, nadie dice lo que es evidente: que nos han declarado la guerra, que somos objetivo de los islamistas, que hay que tomar medidas, que no hay alianza posible con esa civilización y que, lo cierto, es que existe una incompatibilidad radical entre el Islam, moderado o fundamentalista, y la Europa de raíces cristianas, de cultura laica, de igualdad de derechos entre sexos y de primacía de la libertad individual.

Y una tercera tormenta que está descargando con fuerza es la económica. España necesita mantener el crecimiento económico y acelerarlo para crear empleo. Hemos salido, no sin esfuerzos y sacrificios, de la recesión, pero seguimos en plena crisis económica. Cuatro millones de desempleados, uno de cada cinco españoles, una deuda pública voraz y un déficit crónico así lo acreditan. España ha eludido por los pelos una sanción de la Unión Europea por incumplir los objetivos del déficit, para mayor frustración de la izquierda, pero habrá de recortar el gasto público en 15.000 millones de euros en dos años. Los efectos del Brexit se harán notar a medio y largo plazo y España necesita un gobierno fuerte y sólido que proporcione confianza a los mercados y que sea capaz de acometer las reformas estructurales aún pendientes. Y eso no lo puede afrontar un gobierno en funciones, ni siquiera un nuevo gobierno débil.

Ante los graves riesgos que nos acechan, ante una situación que bien podría calificarse de emergencia nacional lo cierto es que la actitud de la clase dirigente es más que decepcionante. Su falta de patriotismo, su mezquindad, su cortedad de miras, su falta de generosidad, su sectarismo y su egoísmo son deleznables. Los españoles no nos merecemos unos líderes como éstos, gente sin palabra que sólo se mueve en función de los intereses personales y partidistas y sin la más mínima visión de Estado. Nos ha debido tocar vivir en tiempos de miserables. Ante este panorama cunde el desencanto y la perspectiva de unas terceras elecciones generales en menos de un año ya desalienta a muchos ciudadanos dispuestos a pasar de las urnas. Y el efecto debería ser el contrario, si hay terceras elecciones todos habremos podido constatar hasta la saciedad de qué pasta están hechos estos candidatos y hasta dónde ha llegado su vocación de servicio a los ciudadanos, a España y a su propio interés egoísta. Unas terceras elecciones deberían servir para pasarles factura, no para quedarnos en casa.

Si ante la amenaza separatista, el terror islamista y el descalabro económico estos líderes no son capaces de mover un centímetro sus simplistas posiciones es hora de despedirlos. Que no nos hablen de principios, de programas o de otras gaitas. Es hora de que levanten la mirada y pongan por delante de todo a España.

Santiago de Munck Loyola