Es un hecho incuestionable que las interpretaciones
y las lecturas que se hacen sobre las numerosas manifestaciones que se desarrollan
en nuestra Nación dan para mucho. Siempre resulta llamativa la disparidad sobre
las cifras de los asistentes a una manifestación. Como es lógico cada uno barre
para su casa. Los convocantes no tienen ningún empacho en inflar el número de
asistentes, aunque sea a costa de dinamitar las leyes físicas más elementales.
De hacer caso a sus cifras habría que admitir que en España es físicamente
posible que en un metro cuadrado puedan manifestarse sin problema alguno hasta
10 personas. En el otro extremo suele situarse el Gobierno de turno que siempre
trata de rebajar, si así sirve a sus intereses políticos, el número de
participantes en una convocatoria. ¿Y la prensa? Pues, como es lógico, también
arrima el ascua a su sardina en función de su color político y de su sintonía
con el gobernante de turno.
Hace pocos días, coincidiendo con la Diada de
Cataluña, se celebró una manifestación independista en Barcelona. Fue, sin
lugar a dudas, una manifestación impresionante. Cientos de miles de personas,
entre 600.000 según la Delegación del Gobierno y 1.500.000 según los
organizadores, se dieron cita para reclamar la independencia de esta región
española. Niños, jóvenes, mayores de toda condición social se dieron cita en
una convocatoria estimulada y apadrinada por el Gobierno autonómico. Cientos de
autocares de todas las esquinas de Cataluña se dieron cita la capital y el
resultado fue una enorme manifestación. No es un hecho menor, todo lo
contrario. Es un signo inequívoco que no puede ser pasado por alto por las
fuerzas políticas y que, a pesar de que seguramente hoy lo prioritario deba ser
buscar soluciones para los millones de ciudadanos exhaustos por la crisis, debe
ser anotado en la agenda de prioridades políticas de nuestra clase política.
Dicho lo anterior, seguramente habrá que poner
también el debate y el análisis de lo ocurrido en sus justos términos. En
primer lugar, porque si realmente se ha manifestado por la independencia de
Cataluña un millón de catalanes lo cierto es que otros seis millones se han
quedado en casa. Una abrumadora mayoría de catalanes no se ha sumado a este
acto independentista celebrado en un día y en un clima festivo. Tras la
manifestación, transportado quizás por una euforia propagandística, el Diputado
de Esquerra Republicana Alfredo Bosch se despachaba así en el Congreso de los
Diputados: "Yo les pido que… reaccionen a tiempo, que no se retrasen, que
lean en los labios del pueblo lo que el pueblo sabio y libre les está exigiendo
por igual aquí y en Barcelona… Si el pueblo pide independencia, díganlo,
no es tan difícil, no hace falta buscar el enésimo eufemismo. De hecho es muy
fácil y se quedarán muy descansados. In-de-pen-den-ci-a. No es difícil,
pruébenlo. Les gustará. In-de-pen-den-ci-a. Lo dijeron millones de personas, lo
pueden decir ustedes, no es difícil de pronunciar". Hombre,
puestos así, Sr. Diputado se le podrían deletrear a usted muchas palabras para
que aprenda algo, por ejemplo, de-ma-go-go. El pueblo no ha pedido
independencia, no. Una parte de él, sí, pero no todo, ni siquiera la mayoría.
El pueblo catalán, en su inmensa mayoría, se quedó en su casa en la Diada. Al
igual que cuando se trató de aprobar el vigente Estatuto de Cataluña. El 52% de
lo catalanes no votó, se quedó en su casa o en la playa. Y un dato más, Sr.
Bosch, los catalanes votan más cuando se trata de las elecciones generales que
cuando se trata de las autonómicas. ¿Por qué será? Por cierto, los señores de
ERC y algunos otros cuando atribuyen a un grupo más o menos numeroso de
manifestantes la “voluntad del pueblo” recuerdan con nitidez a Franco que hacía
exactamente lo mismo cada vez que la Secretaría General del Movimiento le
llenaba la Plaza de Oriente. Ni entonces, ni ahora el pueblo manifestaba su
voluntad soberana. Hoy por hoy sólo es posible expresarla en las urnas.
A propósito de la
manifestación independentista hay que resaltar el doble lenguaje, una vez más,
de los socialistas. A la manifestación independentista acudieron muchos
dirigentes del PSC y hoy se ha podido ver a los mismos aplaudir al Sr.
Rubalcaba al afirmar en la Fiesta de la Rosa que el Sr. Mas tendría enfrente a
los socialistas si optaba por el camino independentista. ¿En qué quedamos? ¿A
qué juegan los socialistas?
Y para
interpretaciones paranoicas sobre asistentes a manifestaciones las de hoy a
propósito del nuevo fracaso cosechado por los sindicatos con las
manifestaciones de ayer. Con la que está cayendo, con todos los recortes que se
están imponiendo como consecuencia de la herencia socialista, con el
descontento social existente y con el tremendo esfuerzo y movilización que han
llevado a cabo los sindicatos, el número de participantes ayer en Madrid en la
convocatoria sindical sólo puede ser considerado de fracaso. Y lo cierto es que
no faltan motivos para protestar y manifestarse, pero cuando quien convoca son
los cómplices del desastre económico heredado, jaleados por los autores del
desaguisado, lo más normal es que muchos ciudadanos decidan quedarse en casa.
Unos sindicatos incapaces de subsistir sin el dinero de los contribuyentes,
unos sindicatos inmóviles mientras se rebasaban los cuatro millones de parados,
unos sindicatos que hasta el último momento apoyaron al anterior Gobierno no es
que tengan mucha legitimidad para abanderar el descontento social y, menos aún,
enarbolando lemas tan estúpidos como el de que “quieren arruinar el país” o
“quieren acabar con todo”. Simplezas las justas, por favor.
Y una vez más, el
Sr. Rubalcaba, se descuelga con una interpretación, no por peregrina menos
peligrosa desde una perspectiva democrática, afirmando que, visto el “éxito” de
la manifestación de ayer, el Gobierno ha perdido la mayoría social.
Sinceramente, cuando la AVT o la Iglesia inundaron de manifestantes la
Castellana no le oímos al Sr. Rubalcaba decir que su partido había perdido la
mayoría social ¿a que no? Las únicas mayorías que valen para gobernar nuestra
Nación son las parlamentarias, le guste o no al Sr. Rubalcaba y a los
sindicatos. Y todo lo que no pase por ahí sólo es golpìsmo.
Santiago de Munck
Loyola